23 jul 2005

El Poder en el pensamiento de Romano Guardini

Por José María Marchionni.
Se transcribe a continuación la introducción al libro “El Poder” de Romano Guardini, hecha por el propio autor en Septiembre de 1951.
Hemos elegido este para inaugurar esta nueva sección del Boletín en atención a que en el mismo, el destacado teólogo y filósofo de origen italiano y formación académica alemana, anticipándose a los actuales debates en torno a la modernidad y a la post-modernidad, afirma que el ocaso de la primera esta dado por la nueva actitud del hombre frente al Poder. En este entendimiento, circunscribe el “gran tema de nuestro tiempo” al problema del Poder y su dominio, lo que sin lugar a dudas constituye una cuestión de vital importancia porque en la resolución de ella se decide el futuro de toda la humanidad.

Toda época histórica se realiza simultáneamente en todos los campos de la vida humana y puede, en consecuencia, ser definida desde cualquiera de ellos. Mas, al parecer, en el curso de la historia unas veces es un elemento de la existencia y otras otro diferente al que alcanza una importancia especial.
Y así, puede afirmarse que la Antigüedad trató en último término de encontrar la imagen del hombre bien proporcionado y de la obra noble, y que el resultado de este esfuerzo fue lo que hoy designamos con el nombre de “clásico”. La Edad Media vivió de manera especial la relación con el Dios trascendente, y de aquí brotó el poderoso impulso de los jóvenes pueblos occidentales. Desde la altura sobre el mundo alcanzada de este modo, la voluntad trató de configurar el universo, surgiendo así aquella peculiar mezcla de apasionamiento y precisión arquitectónica que caracteriza la imagen medieval de la existencia. Finalmente la Edad Moderna intenta adueñarse del mundo partiendo de una cercanía antes desconocida de la inteligencia y de la técnica a la realidad. Lo que define la imagen de la existencia creada por ella es el poder sobre la naturaleza. Por medio de la investigación, la planificación y la transformación técnica el hombre se apodera de las cosas en una forma cada vez más rápida.
En lo esencial la edad moderna ha llegado a su final. Es cierto que las consecuencias desencadenadas por ellas continúan actuando. Las épocas históricas no se suceden unas a otras como los diferentes momentos que componen el proceso de una prueba científica. Por el contrario, mientras una se halla vigente todavía, la próxima se está ya preparando, y la anterior repercute durante bastante tiempo en la que la sigue. Todavía hoy persisten en el sur de Europa elementos aún vivos de la Antigüedad, y en muchos lugares es posible encontrar vigorosas corrientes medievales. De igual manera la Edad Moderna está todavía sacando por todas partes sus consecuencias últimas, en la época que todavía no tiene nombre y que nosotros sentimos latir por doquier, aún cuando lo que constituye la esencia de esa Edad Moderna no sea ya lo que define el carácter auténtico de la nueva época histórica que comienza.
El poder del hombre crece inconteniblemente en todos los lugares; puede incluso afirmarse que es ahora cuando está alcanzando su estado crítico. Sin embargo en su elemento esencial la voluntad de nuestro tiempo no tiende ya a acrecentar el poder por él mismo. La Edad Moderna creyó sin más que todo aumento del poder técnico basado en la ciencia constituía un provecho. Este aumento representaba sin más para ella un progreso en la tarea de dar a la existencia un sentido más definitivo y una mayor riqueza de valores.
La seguridad de esta convicción se ha quebrantado, y justamente esto indica el comienzo de una nueva época. Nosotros no pensamos ya que el aumento de poder equivalga sin más a la elevación del valor de la vida. El poder se nos ha vuelto problemático, y ello no sólo en el sentido de una crítica de la cultura, tal como se ejerció, oponiéndose al optimismo de la época, a lo largo de todo el siglo XIX, y cada vez con más fuerza al acercarse al final de éste, sino de una manera fundamental: en la conciencia de todos brota el sentimiento de que nuestra relación con el poder es falsa y de que incluso este creciente poder nos amenaza a nosotros mismos. Esta amenaza ha encontrado en la bomba atómica una expresión que afecta a la fantasía y al sentimiento vital del hombre de la calle, convirtiéndose en símbolo de algo de importancia universal.
Para la época futura lo importante no es ya, en último término, el aumento del poder - aunque éste seguirá creciendo cada vez más, a un ritmo acelerado -, sino su dominio. El sentido central de nuestra época consistirá en ordenar el poder de tal forma, que el hombre, al usarlo, pueda seguir existiendo como tal. El hombre tendrá que elegir entre ser en cuanto hombre tan fuerte como lo es su poder en cuanto poder o entregarse a él y sucumbir. El hecho de que sea posible hablar de esta decisión sin por ello parecer que se están construyendo utopías o moralizando, y el que de este modo se exprese algo que, con mayor o menor claridad, se abre paso en el sentimiento de las gentes, constituye asimismo un signo de la nueva época que está surgiendo.
Con lo dicho hemos indicado ya la dirección en que se moverán las reflexiones de este libro.
Estas reflexiones se hallan estrechamente unidas a las que bajo el título El Ocaso de la Edad Moderna, que ya conoce el lector, aparecieron con anterioridad. En muchos puntos presuponen lo dicho en aquel libro; en otros lo prosiguen. Por esta razón, ambas obras se entrecruzan constantemente; ello explica las repeticiones que aparecerán y que son inevitables, y por las que pido excusa. Quisiera, empero, subrayar que la presente obra constituye un todo independiente.

Munich, Septiembre de 1951.

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